Vengo porque no sé cómo parar
Muchas personas llegan a consulta con la misma queja: “Cuando intento descansar, no puedo. Me siento culpable, nerviosa o pienso en mil cosas que tendría que estar haciendo.”
Descansar parece algo tan natural… y sin embargo, para muchos se convierte en un desafío enorme.
Te invito a mirar este tema desde varias perspectivas, para entender qué puede estar pasando en ti y abrir caminos de cuidado y compasión.
El cuerpo que aprendió a no confiar
Julia aún recuerda cuando terminaba de hacer los deberes y venía su madre a la habitación. “Yo estaba deseando acabar para ponerme a jugar cuando de repente venía ella y me decía que si había terminado no me podía levantar, tenía que seguir practicando y estudiando para asegurar el aprendizaje…”
“Aprendí a engañarla, claro, y siempre le decía que estaba haciendo cosas pero también aprendí a desconfiar de mi misma y a cuestionarme constantemente si ya era suficiente”
A día de hoy Julia viene a consulta porque revisa, duda y lo sobrepiensa todo. Está agotada de su cabeza y me pide un antídoto para dejar de pensar.
La teoría polivagal nos dice que lo que nuestro sistema nervioso busca a toda costa es ESTAR A SALVO y por lo tanto se regula en base a experiencias de seguridad o amenaza. Si en tu infancia hubo tensiones constantes —gritos, discusiones, la sensación de que algo malo podía pasar en cualquier momento— tu cuerpo pudo aprender que “estar alerta” era MÁS SEGURO que relajarse.
Por eso, ahora, cuando intentas parar, tu sistema nervioso se activa como si hubiera un peligro… aunque realmente no lo haya. Descansar, para tu cuerpo, puede sentirse arriesgado y prefiere, no confiarse.
El modelo que recibimos en casa
A veces no se trata de un trauma evidente, sino de lo que nunca vimos.
Si creciste con una madre que no se permitía descansar, que siempre estaba ocupada, atendiendo a todos menos a ella… es probable que hayas aprendido que el valor personal está en la productividad o en el sacrificio.
Y claro, cuando intentas tumbarte a leer, dormir una siesta o simplemente no hacer nada, aparece la culpa. Porque tu inconsciente asocia “descansar” con “ser egoísta”, “no amar a los demás” o “no cumplir con tu rol”.
Otros motivos que también influyen
Además del trauma y de los modelos familiares, hay otros factores que pueden dificultar el descanso:
El ritmo social actual, que premia la productividad y castiga la pausa.
Las exigencias internas, fruto de una autoexigencia muy arraigada.
El miedo al vacío, cuando descansar implica encontrarte contigo mismo y con emociones que quizá prefieres evitar.
Un enfoque integrador: escuchar al cuerpo y a la historia
La buena noticia es que todo esto se puede trabajar.
Desde un enfoque humanista e integrador, no se trata de “forzarte a descansar”, sino de reeducar poco a poco a tu sistema nervioso y a tus creencias internas.
Algunas propuestas sencillas para empezar:
Micro-descansos conscientes: un par de respiraciones profundas, cerrar los ojos un minuto, sentir tus pies en el suelo.
Explorar nuevos modelos: pregúntate qué personas de tu entorno (o referentes) sí saben descansar, y permítete inspirarte en ellas.
Dar sentido al descanso: recordar que no es tiempo perdido, sino la base para poder sostener lo que amas y cuidas.
Si te cuesta parar, no es porque seas débil o porque “no valgas para relajarte”.
Hay una historia en tu cuerpo, en tu infancia y en tu entorno que puede estar condicionando tu manera de relacionarte con el descanso.
Y reconocerlo ya es el primer paso hacia el cambio.
Porque descansar, en el fondo, es un acto de reconciliación contigo mismo y con la vida.